Nuestro viaje con La Casa comenzó desde sus inicios. Dave trabajaba en la embajada de EE.UU. en una misión de dos años desde Septiembre de 2000 a Septiembre de 2002, y asistimos a Union Church en San Salvador. En nuestra clase de Escuela Dominical con Gary Powell, escuchamos de Tía Ana y cómo cuidaba a niños huérfanos y abandonados en un almacén en ruinas. Otros en la clase comenzaron a visitar el lugar regularmente, llevando comida, pañales y ropa, y jugando con los niños. Dave fue con ellos, pero yo no quise llevar a nuestra hija cuando me enteré de las condiciones deplorables.
A medida que pasaban las semanas, varios de nosotros comenzamos a reunirnos regularmente para orar y hablar. Decidimos que las condiciones de vida hacían imposible tener un impacto positivo duradero en las vidas de los niños, y por lo tanto necesitábamos sacarlos de ese sucio y deteriorado edificio. Mientras buscábamos una nueva instalación y nos preparábamos para trasladar a los niños, vimos que el Señor empezaba a guiar de forma milagrosa a través de las experiencias diarias de varios miembros del grupo en sus conexiones gubernamentales y comerciales. ¡Era emocionante escuchar las historias cada vez que nos reuníamos!
Finalmente, alquilamos un edificio y trabajamos junto con otros de la Embajada y la iglesia para limpiar y prepararnos para el día en que pudiéramos trasladar a los niños a un ambiente limpio con camas separadas, ropa limpia y comida sana. Tomé algunas toallas de hotel que ya no utilizaba y las transformé en toallas de baño y pañitos para bebés. Un rollo de hermosa tela, donado por algunos cristianos taiwaneses que dirigían una maquila en San Salvador, sirvió para coser 12 delantales ajustables para las nanas que cuidarían a los niños. Otro rollo de tela de jeans nos permitió hacer varios pares de pantalones para los pequeños.
El día de la gran mudanza, ayudamos a despiojar, bañar, vestir y alimentar a todos esos niños. Muchos necesitaban que los abrazaran, ya que era una experiencia muy aterradora para ellos. Más tarde nos enteramos de que cuando empezamos a trasladarlos al nuevo edificio, ¡pensaron que iban a ir a una piñata! ¡Qué fiesta!
Poco después de que trasladamos a los niños, el viejo almacén en el que se habían quedado se derrumbó. Habíamos tenido el tiempo justo para llevarlos a un lugar más seguro.
Durante los siguientes meses antes de nuestro regreso a los EE.UU., pasamos tiempo con los niños y ayudamos como pudimos clasificando los envíos de ropa y juguetes donados. A pesar de nuestro mal español, fuimos capaces de comunicarnos, y llegamos a amar a esos niños, así como a los trabajadores. Todavía puedo ver a tres niños trepando por todo Dave mientras jugaba con ellos. Puedo ver a nuestra hija Rachel jugando a un juego de comer con dos niños quisquillosos en sus sillas altas, y puedo sentir el calor de un bebé que se duerme en mis brazos mientras lo acuno.
Justo antes de salir de El Salvador, ayudamos a uno de los primeros grupos que viajaron para ayudar con La Casa. Qué alegría fue verlos conectarse con nuestros niños. Escuchar sus testimonios de cómo el Señor estaba cambiando sus corazones resonó con los nuestros. Sabíamos que estos niños eran especiales y que Dios estaba haciendo algo increíble en La Casa. Aunque nos íbamos, queríamos seguir involucrados.
Ha sido un privilegio servir en la Junta de MFHI a lo largo de los años y ver cómo el Señor continúa trabajando en la vida de cada uno de los niños. Los que conocimos desde el primer día ya han crecido, y ha sido una gran alegría verlos realizar sus sueños de carreras, de familias… sabiendo la diferencia que su Padre Celestial puede hacer en sus vidas. y ha sido una gran alegría verlos realizar sus sueños de carreras, de familias… sabiendo la diferencia que su Padre Celestial puede hacer en sus vidas.
Palabras de Carol Dark